Probablemente nunca sepamos cuándo se descubrió el primer diamante, pero sí sabemos que, desde la antigüedad hasta el siglo XVIII, todos los diamantes del mundo procedían de la India. Desde la época del Imperio romano hasta la llegada de los primeros europeos a la India, en los albores del siglo XVI, florecieron las relaciones comerciales entre Europa y Asia Oriental. Una de las principales rutas del comercio de diamantes pasaba por Venecia. La ciudad se convirtió en la república mercantil más importante del mundo occidental. Gozaba del monopolio del comercio del diamante rumbo a las principales ciudades del sur de Alemania hasta su destino final, Brujas. Esta ciudad, al ser la última etapa de la ruta comercial, se convirtió en un floreciente centro de talla de diamantes y la reputación de la ciudad en este campo no cesó de aumentar.
Aun cuando Brujas mantuvo su predominio hasta finales del siglo XIV, empezó a declinar en un lapso de cincuenta años debido al encenagamiento del Zwin. El comercio del diamante, a la par de numerosas otras actividades económicas de Brujas, se mudó progresivamente a la ciudad de Amberes, que ofrecía mejores instalaciones y más recientes para las comunicaciones y el intercambio comercial.
En el siglo XVI, Amberes era una ciudad floreciente y en expansión. En esa época, ya desempeñaba un papel determinante en el desarrollo de las técnicas para trabajar el diamante. Por ejemplo, resulta significativo que Francisco I no recurriera a los lapidarios de diamantes de París, sino que hiciera sus pedidos a los artesanos de Amberes.
Amberes era en aquella época el corazón comercial de Europa; aproximadamente el 40% del comercio mundial transitaba por su puerto. El diamante ocupaba, naturalmente, un lugar privilegiado. Sin embargo, Amsterdam empezó a hacerse con la creciente proporción que poseía de este negocio el norte de los Países Bajos. El declive de Amberes no se dio de la noche a la mañana y, a pesar de las luchas internas tales como el conflicto entre la Nueva Corporación de Lapidarios de Diamantes y los ricos mercaderes, el prestigio de la ciudad permaneció aparentemente intacto hasta mediados del siglo XVII y el comercio del diamante propiamente dicho continuó floreciendo.
Hacia finales del siglo XVII, Amsterdam entró en la lisa. Era una ciudad privilegiada que ofrecía libertad tanto religiosa como civil y, hasta el siglo XVIII, llegó a ejercer casi un monopolio no solamente de la industria del diamante, sino también del comercio de los diamantes. A partir de entonces, Amsterdam suministró a Amberes los diamantes en bruto y, habida cuenta que la ciudad holandesa reservaba las mejores piedras para sus propios lapidarios de diamantes, Amberes se vio obligada a trabajar con diamantes de menor calidad. Lejos de desalentarse, los artesanos de Amberes aprovecharon estos años difíciles y se las ingeniaron para convertir piedras pequeñas y de poca monta en gemas primorosamente trabajadas.
En 1866, se descubrió el primer diamante en Suráfrica. Este descubrimiento, seguido pocos años más tarde por el de los yacimientos de Kimberley y el nacimiento de la fabulosa era de Kimberley así como el auge de la ahora famosa empresa minera De Beers Consolidated Mines Ltd., dieron lugar a una prospección y una explotación minera a gran escala que hicieron llegar a Europa enormes suministros de diamantes en bruto. Este flujo masivo de piedras en bruto, seguido de los descubrimientos en Suráfrica contribuyeron de manera determinante para que la ciudad de Amberes se erigiera como el principal centro mundial del diamante. Al cabo de unos pocos meses, esta gran afluencia proporcionó trabajo a miles de artesanos y el rápido renacimiento de la talla de diamantes en Amberes se ha visto estimulado por una demanda constantemente creciente de piedras preciosas.
La depresión de la década de los años 1930 afectó gravemente al mercado de los diamantes. En ocasiones, los talleres de lapidarios cerraban totalmente durante varias semanas seguidas. La situación siguió siendo difícil hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial. En 1939, muchos hombres de negocios judíos huyeron del país y se marcharon a los Estados Unidos, Portugal o Inglaterra, lugar donde se reunieron y continuaron haciendo negocios más de 500 comerciantes de diamantes de Amberes. En un intento por salvar la mayor cantidad posible de las reservas existentes de diamantes de manos de los alemanes, los 500 comerciantes de Inglaterra trasladaron hasta allí los diamantes. De común acuerdo con el Gobierno británico, se creó una organización conocida como la Correspondence Office for the Diamond Industry a fin de registrar los diamantes y guardarlos mientras durara la guerra. Gracias a esta organización, fueron devueltas a sus propietarios grandes cantidades de diamantes una vez que la ciudad fue liberada y la industria del diamante de Amberes se abocó a un promisorio despegue cuando la guerra tocó a su fin. Es pues, una tradición secular la que ha dado a los comerciantes de diamantes de Amberes su incomparable experiencia. Sin embargo, para que Amberes pudiera mantener su reputación, se hizo necesario crear una administración central que se hiciera responsable de ello y que todos los comerciantes encontraron indispensable; nadie hubiera podido hacerlo por cuenta propia. Esta última etapa representó la creación del Hoge Raad voor Diamant, o Diamond High Council (Consejo Superior del Diamante).
Fuente: DIAMOND LAND
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